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la columna vertebral en tres capas
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te contamos desde adentro qué es "manifiesto",
el primer álbum de azul prusia
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el primer álbum de azul prusia
No es un disco de slogans, aunque se llame Manifiesto. No hay frases hechas ni estéticas impostadas. Es más bien un mapa afectivo en capas, y en cierto modo, hay tres canciones que bien podrían marcar tres niveles de conciencia: la ciudad, la memoria, el sistema. Y como todo mapa verdadero, está hecho de grietas.
La primera capa es "Siempre Buenos Aires", un tema que no busca describir una ciudad sino encarnarla. La letra, construida con una mezcla rara de ternura y agotamiento, convierte a Buenos Aires en un organismo vivo que respira junto al narrador. No se trata de nostalgia, ni de orgullo urbano, ni de un homenaje sentimental: se trata de una ciudad que funciona como reflejo interno. Cada calle, cada poste, cada herida, forman parte del cuerpo del que canta. La ciudad es a la vez una madre, un espía, una deuda pendiente. Es un retrato íntimo, y a la vez universal, de lo que significa no poder escapar del lugar que nos formó, incluso cuando nos agobia.
Después está "Anemoia", que pone el foco en el tiempo. No como concepto filosófico, sino como textura vital. Las memorias no se evocan, se desvanecen; y el universo entero se representa como una maquinaria que no guarda registros. Hay una tristeza cósmica en esa idea de que lo amado ya no habita más en uno, no por decisión, sino por erosión. Lo interesante es que no hay dramatismo: el tono es casi científico, como quien mira una estrella apagarse sabiendo que su luz todavía viaja. La canción no intenta recuperar el pasado, sino asumir su fuga. Es el centro emocional del disco, el que conecta el cielo con la piel.
No es un disco de slogans, aunque se llame Manifiesto. No hay frases hechas ni estéticas impostadas. Es más bien un mapa afectivo en capas, y en cierto modo, hay tres canciones que bien podrían marcar tres niveles de conciencia: la ciudad, la memoria, el sistema. Y como todo mapa verdadero, está hecho de grietas.
La primera capa es "Siempre Buenos Aires", un tema que no busca describir una ciudad sino encarnarla. La letra, construida con una mezcla rara de ternura y agotamiento, convierte a Buenos Aires en un organismo vivo que respira junto al narrador. No se trata de nostalgia, ni de orgullo urbano, ni de un homenaje sentimental: se trata de una ciudad que funciona como reflejo interno. Cada calle, cada poste, cada herida, forman parte del cuerpo del que canta. La ciudad es a la vez una madre, un espía, una deuda pendiente. Es un retrato íntimo, y a la vez universal, de lo que significa no poder escapar del lugar que nos formó, incluso cuando nos agobia.
Después está "Anemoia", que pone el foco en el tiempo. No como concepto filosófico, sino como textura vital. Las memorias no se evocan, se desvanecen; y el universo entero se representa como una maquinaria que no guarda registros. Hay una tristeza cósmica en esa idea de que lo amado ya no habita más en uno, no por decisión, sino por erosión. Lo interesante es que no hay dramatismo: el tono es casi científico, como quien mira una estrella apagarse sabiendo que su luz todavía viaja. La canción no intenta recuperar el pasado, sino asumir su fuga. Es el centro emocional del disco, el que conecta el cielo con la piel.

Y luego viene "Error fatal en el sistema", que es otra cosa pero no del todo. Porque si la ciudad era geografía interna, y el recuerdo era un universo que se esfuma, acá lo que aparece es el afuera absoluto: el sistema, el mercado, el espectáculo permanente. Lo que hace es satirizar el mundo contemporáneo desde adentro, desde la mirada de alguien que conoce sus trampas pero igual está atrapado. La letra combina ironía y desencanto, con frases que podrían estar en una charla cualquiera entre amigos que ya no saben si reírse, llorar, o llamar a la revolución. Es política sin doctrina, crítica sin moralismo. Y en ese caos ansioso, también hay algo que duele.
Estas tres canciones no agotan el álbum, pero lo estructuran. Una ciudad que abraza, un recuerdo que desaparece, un sistema que devora. El yo que canta nunca se presenta como héroe ni como víctima. Sólo trata de entender dónde está parado. Y si este disco es un manifiesto, lo es en ese sentido: no como proclama, sino como exposición de lo que tiembla. De lo que todavía nos importa, aunque sepamos que ya está roto.
Y luego viene "Error fatal en el sistema", que es otra cosa pero no del todo. Porque si la ciudad era geografía interna, y el recuerdo era un universo que se esfuma, acá lo que aparece es el afuera absoluto: el sistema, el mercado, el espectáculo permanente. Lo que hace es satirizar el mundo contemporáneo desde adentro, desde la mirada de alguien que conoce sus trampas pero igual está atrapado. La letra combina ironía y desencanto, con frases que podrían estar en una charla cualquiera entre amigos que ya no saben si reírse, llorar, o llamar a la revolución. Es política sin doctrina, crítica sin moralismo. Y en ese caos ansioso, también hay algo que duele.
Estas tres canciones no agotan el álbum, pero lo estructuran. Una ciudad que abraza, un recuerdo que desaparece, un sistema que devora. El yo que canta nunca se presenta como héroe ni como víctima. Sólo trata de entender dónde está parado. Y si este disco es un manifiesto, lo es en ese sentido: no como proclama, sino como exposición de lo que tiembla. De lo que todavía nos importa, aunque sepamos que ya está roto.

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azul prusia es un proyecto con acuerdo abierto: cada canción es un experimento, una búsqueda, un encuentro.
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